jueves, 11 de diciembre de 2008

Buenos Días, Cabrón... ( uy, perdón)

El señor X es un caballero norteño, acomodado comerciante descendiente de antiguos hidalgos venidos a menos, que ha decidido trasladar parte de sus negocios al sur con motivo de haber contraído matrimonio con una bella dama de esas cálidas tierras. El Sr. X es una persona de costumbres conservadoras, muy metódico y absolutamente seguro de sí mismo. Desde joven había mostrado una desarrollada habilidad para los negocios, no sin la compañía del esfuerzo, el sacrificio y la constancia. Todo ello combinado, había dado como resultado una ventajosa renta, prósperos negocios, una amplia hacienda y algo de prestigio social entre sus paisanos norteños. Pero aquí, en su nuevo hogar sureño, sólo se le conocía de oídas y por haberse casado con la citada dama, perteneciente a la alta burguesía y emparentada con la nobleza media local.
Como buen metódico costumbrista, el Sr. X, una vez establecido su domicilio y cumplimentados todos los requisitos de empadronamiento y registro civil, se dedicó a establecer relaciones sociales con sus nuevos vecinos. Eso sí, nada de populacho: él era un señor importante y como tal, debía introducirse en los ambientes que consideraba propios de su alta escala. Con anterioridad, antes de llegar aquí, había parado en Madrid, donde había encargado por un alto precio un escudo de armas a un famoso fabricante de blasones, escudo que, supuestamente, resumía en sus gules y campos la noble genealogía del Sr, X.
Y como punto de encuentro para poder alternar y codearse con caballeros distinguidos como él, se hizo socio del casino de la ciudad, eso sí, del casino "bueno", faltaría más, pues existían al menos dos en el lugar, siendo el elegido por el Sr. X el preferido por los más privilegiados e insignes señores de la localidad.
El Sr. X gustaba de dar muestras de sus conocimientos y de su cultura a todas horas, dando extensas explicaciones sobre los temas más variados y aderezando la exposición con notas de su "experiencia personal, el mejor libro que he tenido". Las cosas eran, sin ningún género de duda, tal y cómo él las explicaba; seguro que tenía razón en todo lo que decía, era imposible que ante tamaña elocuencia y sabiduría como mostraba, no la tuviese.
Poco a poco el Sr. X se fue haciendo popular entre sus vecinos y demás socios del casino y los camareros ya le preguntaban "lo de siempre, ¿verdad Don...?", algo que le llenaba de satisfacción, pues para él era una señal inequívoca de que ya le trataban "con confianza".
Sin embargo, ocupado gran parte del día en sus negocios y relaciones sociales, tenía a su bella esposa un tanto "desatendida" por lo que, bastante más joven que él, la grácil dama se entregó al noble entretenimiento del adulterio, vulgo poner los cuernos.
Pronto, las andanzas de la moza fueron vox populi y empezaron a ser la comidilla, chiste y alborozo del personal en general, incluídos los colegas socios de casino, con varios de los cuales había tenido sus más y sus menos la despendolada esposa. Todo el mundo lo sabía menos el Sr. X -suele ocurrir- quien, desde hacía unos meses, era recibido en el casino con gran pompa y reverencia.
Un día, al volver a su casa y mientras uno de los amantes de su esposa huía sin ser visto por la parte de atrás después de echar un ratito con ella, El Sr. X, ajeno a todo, le dice a su adúltera compañera:
" Querida, he conseguido ser el hombre más respetado del Casino y, por ende, de la ciudad ; ya, siempre que me ven entrar, incluso los socios más antiguos y de mejores apellidos, se levantan cuando paso y hasta inclinan la cabeza para saludarme con un respetuoso "buenos días Sr. X..."