viernes, 13 de marzo de 2009

Buscando al Señor Patata

Ella dice que la ciudad, desde cierta perspectiva, se ve incluso bonita. El piensa que desde otra perspectiva no muy lejana a la de ella, incluso no parece la misma ciudad. Ambas perspectivas se funden en una sola y ambos observadores abandonan el mundo que pisan en ese momento.
Por una ventana con vitrinas llenas de helados, un gordo vestido de camarero y su compañero, más chupado y de orejas algo soplilleras, miran con cara de salidos y ella sonríe. Yo les aconsejo que cambien de equipo como un primer paso para que se les vaya quitando ese gesto de alobados que tienen.
El Señor Patata ha desaparecido: al parecer se ha instalado en otra ciudad más importante y sólo atiende bajo cita previa. Ante este panorama, era mejor sentarse y tomar una empanada de carne y un zumo de naranja natural, acompañado por una hermosa dama que bebe espumosos batidos de chocolate.
Unos danzarines de coreografía bailan en un pseudotablado, admirados por boquiabiertos extranjeros y japoneses (que también son extranjeros). En el tabanco * de la esquina, enfrente del freidor del gallego que inunda toda la calle de un denso olor a fritanga, no suelen entrar guayabos impresionantes, así que me apresuré en el encargo para no producir daños irreparables entre el personal chascarrillero; en la puerta, dos extranjeros hablan en alemán mientras catan los caldos de la tierra como dos parroquianos de toda la vida.
Había que buscar al Señor Patata en la gran ciudad, había que despedirse. La botella de morenita**estaba mejor en el suelo mientras las dos perspectivas del principio se volvían una sola.
Todo transcurre rápidamente, el tiempo no suele detenerse cuando la belleza le imprime velocidad, así que todos los besos del mundo son pocos, sin importar la gente que no cesa de pasar, si miran o no...

* Tabanco: en Jerez de la Frontera (Cádiz), taberna donde básicamente se consumen vinos.

** Morenita: mezcla de vino fino u oloroso con vino dulce, generalmente moscatel o Pedro Ximénez.



La Respuesta

Galante caballero:

Cuando he recibido su carta, fechada, como he podido ver, el pasado día de San Valentín, he miccionado de la emoción, eso sí, sin quitarme previamente prenda alguna. Y si esto ocurrió al tomarla en mi mano, figúrese cuál no sería el ardor que produjo en mi pecho: antiguos calostros incrustados entre mis senos, caían derretidos tal que cera caliente hasta mis partes pudendas, confundiéndose allí con otros humores y vapores de las más diversas e innombrables, por una señorita como yo, procedencias.
Hace 2 meses que no me lavo el mismo lugar que no he querido nombrar antes, ya me comprende, por eso me dejo puesta la ropa para miccionar, y así aprovecho para refrescarme el antes referido y no mencionado lugar, aparte que sirve para espantar a las garrapatas, liendres y otros simpáticos animalitos, de los cuales no sé qué sería sin mí, tal es mi sensibilidad hacia nuestros hermanos menores.
He intentado peinarme, pero me ha sido imposible conseguir que el peine se introduzca en mis pegajosos cabellos y estoy muy preocupada porque puede ser producto de una anemia galopante, ya que últimamente sólo engullo seis morcillas, dos patas de jamón, tres o cuatro ristras de chorizo, dos platos de cocido (con su pringá), tres botellas de orujo, seis flanes caseros de huevo, dos litros de colacao y un actimel, amén varias cajas de pastitas con la merienda y media docena de huevos fritos con panceta para desayunar; eso sí, cenar no ceno: sólo fruta, mucha fruta que no engorda. Cuatro melones, una docena de plátanos, una sandía -medianita, ¿eh?- seis papayas y un melocotón. Lo del melocotón es para la digestión ¿sabe? porque si no tengo pesadillas por la noche.
¡Esa noche! ¡aún la recuerdo como si fuese hace un momento! Esa escupidera llena de sus colillas mezcladas con sus verdosísimos pollos, tan gelatinosos ellos...ese sudor con aroma de antro mezclado con pocilga cenagosa...esos ojos llenos de legañas amarillentas, de un color indescriptible...y esas uñas negras y mordisqueadas de carbonero alcohólico ¡oh! ¡qué insufrible pasión al recordar todo eso tan bello, caballero! ¡Si en este momento pudiese lamer sus boqueras!
Le recuerdo que dejó olvidados sus tiesos calcetines, los cuales guardo como oro en paño: uno lo tengo debajo de la almohada y el otro lo llevo debajo de mi axila, donde ha terminado fundiéndose entre las pilosidades y restos de sudor solidificado, formando un todo de aspecto y aroma indescriptibles. El de debajo de la almohada, a pesar de los días transcurridos, aún mantiene impregnado su olor, caballero, ese olor entre amoniacal y tocinero que me acompaña todas las noches en mis sueños butaneros.Y digo butaneros, no porque sueñe con el repartidor de bombonas, sino porque mis pedos de placer son tan densos que, en vez de metano, son de butano, que tiene más átomos de carbono.
También he de decirle que algunos de sus pelos quedaron adheridos a mi almohada y allí siguen, mezclados con algunos míos: puede estar ud. seguro de que no cambiaré nunca la funda, de un marrón obscuro precioso, parecido al de los pegotones de caca que dejó ud. en mi toalla y en algún que otro retazo de papel higiénico cuidadosamente depositado en un cajón de mi peinadora. Le confienso que alguna vez he incrustado mi rostro en la toalla para aspirar su fragancia y, acto seguido, he tenido que acariciarme los senos, tal es el grado de excitación coprofílica que alcanzo.
Tampoco pienso cambiar nunca las sábanas ni la funda del colchón, a juego con la funda de la almohada y llenas de sus huellas, tanto de sus petrolíferas manos como de sus odoríficos pies, testigos indelebles de nuestra loca noche de retozo hediondo-pocilguero.
Se me ha ocurrido limpiarme las uñas de los pies y no quiero que se lo tome como un despecho hacia ud. por ello déjeme explicarle el motivo, que al principio podría parecer una afrenta hacia nuestro amor pero que sólo persigue un fin beneficioso: guardaré las bolas más espesas que me saque en un paquete y se las mandaré junto con esta misiva, así podrá tener algo más que esas costrillas y bolitas de cerumen mías que ud. chupa para combatir a la nostalgia que dice sentir por mis mugrientas greñas y suplir, en alguna forma, mi ausencia. Si quiere ud. puedo enviarle también algunos restos de una compresa que me he extraído, tras varios meses sin quitármela, de ese lugar que al principio de la presente no quise mencionar y que conservo entre las legumbres de mi alacena.
Caballero, estoy deseando volver a rascarle sus espaldas para llenar mis uñas con su borra y poder mordisquearmelas después con voracidad, volver a chuparle la grasa de su cuello, volver a mezclar mi pringue con la suya. ¡Le amo! ¡amo su hedor, sus poros tumefactos y aceitosos, sus flemas nicotínicas...ay! Por favor, no demore más su visita, le espero con los sobacos al aire y en cuclillas.
Mientras tanto, reciba mis más afectuosas muestras de amor estercolero.
Hasta pronto, lardo mío.


Marifé Tiday Hez