jueves, 23 de abril de 2009

Paz

Envuelto en el crepúsculo, echo un último vistazo desde la altura y observo cómo se alejan las luces de la gran ciudad, dispuesta a afrontar una noche más -pijama, orinal y candil- desde la solidez desnuda de sus piedras. Kroke acompaña la escena que, sin llegar a ser triste, se torna sentimental, más aún con semejante fondo musical. Pienso en otro camino y en otra persona que también vuelve y pienso que quizás a ella le acompañe Kokani, una banda de zíngaros moldavos que convierten la fanfarria quincallera en un arte con dejes de nostalgia inconcreta, de algo que no se sabe exactamente qué es, pero que, por momentos, se hecha de menos.
El día ha sido caluroso, de una temperatura casi crispante. He estado muy nervioso todo el tiempo, que como siempre en estos casos -y vuelvo a repetir- es incronometrable, inencasillable en una esfera con manecillas, en una caja de cuarzo con numeritos. Quizás el saber con certeza que todo sería rápido y breve era lo que hacía que me sintiera alterado. O puede que fuesen el calor y la presión atmosférica. Incluso todo lo anterior y más cosas mezcladas. También el recuerdo de un miércoles cualquiera, en un lugar cualquiera, a una hora cualquiera...todos y cada uno exactamente iguales que hoy. Mientras, para que la coincidencia de situaciones haya tenido lugar, la Tierra casi ha dado una vuelta completa al sol.
Enfrente de la Santa Caridad está Miguel de Mañara con un necesitado en sus brazos. Alguien me ha dejado una estampa de la Virgen de la Paz en la ventanilla; la recojo y la guardo en el bolsillo de mi camisa.
El crepúsculo se ha vuelto noche y las etrellas cubren el camino. Su negro pelo, sus besos de azúcar ¿habrá llegado ya? "Hace sólo unos minutos y ya te hecho de menos". El camino de vuelta y melancólicos acordes de violín.
La estampa de la Virgen, por detrás, tiene escrita una oración.