sábado, 17 de enero de 2009

Teslózurro

Lo bello se vuelve horripilante; lo largo, corto; lo claro, obscuro; el mundo se vuelve del revés y no encuentro asidero. Es agradable el mareíllo, pero si se prolonga demasiado este vaivén, creo que acabaré sintiendo nauseas: al fin y al cabo nunca viví en el otro lado del espejo, a pesar de que mis contínuas incursiones hiciesen pensar lo contrario a muchos observadores hastiados de vivir sus propias vidas de modo ineludible.
Por suerte, lo duro se vuelve blando y el batacazo es leve, incluso placentero. La luz no sirve para alumbrar, sino para cegar. La verdad sigue siendo verdad por encima de todo, sólo que ahora parece "otra verdad" y podría llevar al equívoco; de todas formas no es culpa suya. En realidad no es culpa de nadie, lo que ocurre es que cuando la verdad aparece tan sencillamente comprensible nos empeñamos en enrevesarla y al final parece mentira. Pero no pasa nada, es algo natural y, como tal, no ha de constituir motivo para el error. Los muebles del otro lado son exactamente los mismos que estos que veo, existen en ese mundo-antimundo parcial, cuya supervevivencia depende del mundo real. Si cambiase el espejo de sitio, abriría la puerta a una dimensión diferente; y si le tirase una piedra, haría añicos el reflejo simétrico de un pedazo del mundo. O quizás crease multitud de nuevos universos.
Lo grande se hace pequeño. TODO es una "aglomeración organizada" de pequeñas cosas: muchos pocos hacen un mucho.
Sólo escucho el silencio, solo abrazo el vacío, sólo hablo conmigo...
Mucho puede ser nada. Un poco puede ser mucho.

Teslózurro es mi nombre, pues siendo testarudo, soy lógicamente cazurro.