El viento de poniente ha dado una oportunidad -una más- a los habitantes de estas latitudes, dejando caer su fresco manto hecho de océano y salitre, de algas y rocas erosionadas por las largas mareas. Nada que ver con el monótono y pesado caminar de las caravanas que cruzan el Sahara, ni con el molesto vahído vaporoso del Mediterráneo.
La culpa es del subjuntivo. Del puñetero y jodido subjuntivo: él es el que procura que las cosas sean y no son.
(El tiempo no se acaba, se acaba la forma presente de la materia. O quizás el tiempo no exista. O existen infinitos tiempos y todos acaban para que todo continúe.¿Sería eterna la materia sin el tiempo?
Sus ojos siguen mirándome, pero ahora me he vuelto un niño y pienso que, cuando dejen de hacerlo, me dará miedo de la oscuridad. Y ambos sabemos que esto ha de ocurrir; lo sabemos desde el principio y es por eso que entrelazamos nuestras manos)