jueves, 23 de julio de 2009

Alma de Invierno


Todo ha quedado sepultado bajo una densa capa blanca, implacablemente fría. La vida se detiene, se ralentiza el ritmo del ciclo metabólico.
La dama de cristal ve como sus aristas se transforman en delgadas agujas, largas y peligrosas, letales si se quiere.
Su carne se convierte en acero inoxadable y aluminio y sus ojos extraños de obsidiana, al mirar, rasgan las insípidas lágrimas de los que por su aliento quedaron paralizados.
No hay testigos de esto. Sólo el aire, pero fue sobornado a cambio de un puñado de fragancias perfectas y la imposible de cumplir promesa de hablar con las motañas en secreto, pactar con ellas para que le dejasen paso al convertirse en viento.
En el espíritu sólo existe invierno, gélidas notas de gélidas canciones, congeladas estrofas de congeladas rimas, congelados olvidos de congelados tiempos sin retratos, sin cartas de amor en los cajones, sin lumbre encendida en la cocina ni alimento alguno que calentar. Musgos y líquenes en muros acongojados por el frío.
Pelusas de un color sin nombre sirven de cobijo a un microcosmos habitado por horrendos y monstruosos seres. Lacias telas de araña abandonadas cuelgan por los apulgarados rincones de un caserón semiderruido, carcomidas las vigas, robadas las rejas de sus balcones y ventanas para ser refundidas en espadas sedientas de palpitantes corazones.
El aluminio de su carne se confunde con el gris metalizado de su espíritu. Sus manos frías, como las de la muerte, no han visto nunca el sol más que de noche, cuando duermen junto a él detrás del horizonte.
Misteriosa, casi desaparecida en las tinieblas de la ignota lejanía, sumergida en valles cerrados por montañas gigantes, el alma del invierno dormita entre el rocío congelado sobre las hojas de árboles y plantas irreconocibles. Su hálito forma nubes de espuma extraña, fibrosa y semitransparente; sus lágrimas son las perlas obscuras buscadas desde antiguo por seres mitológicos, mitad verdad inventada y desdibujada, mitad leyenda perfectamente planeada y minuciosamente calculada. Allí aguarda su turno, silenciosa, aletargada por el solsticio en las antípodas del mundo.
Un gastado cuaderno lleno de anotaciones en una extraña grafía, sumas y multiplicaciones sin resultado; algo que parecen números de teléfono sin prefijo junto a nombres y apellidos inexistentes, jamás vistos u oídos, asoma por debajo de las piedras de una tumba megalítica. Asombroso ¿cómo ha podido llegar hasta ahí? Da igual: al fin y al cabo, nada de lo que se ve anotado en él tiene sentido. Y aunque lo tuviese, a sus desconocidos dueños ya no les sirven unos apuntes seguramente obsoletos y que, por otra parte, ya nadie comprende.
Las sábanas del mundo han salido volando por el infinito; "alguien" abrió la puerta sin avisar y la corriente se las ha llevado, dejando destapado al planeta, que se ha ruborizado hasta la incandescencia al quedarse en paños menores ante la vista de todo el Cosmos. Se sospecha de la Luna como autora de la pesada broma, pero esta, aparte de reflejarse en el río, nunca muestra su otra cara...

(Menuda nevada está cayendo ¿eh?)