lunes, 19 de julio de 2010

En fin...

Tras ser víctima y testigo directos de otra lamentable actuación de otro de los impresentables descerebrados que pululan infectando las calles de esta bella jaula llena de feos, absurdos, pretenciosos y cagarruteros pajarracos, he visitado los frescos manantiales y me he sumergido en sus aguas, como queriendo despertar de sopetón al contacto con el gélido elemento.
He bebido con ansia de las fuentes de la montaña.
El calor de mi frente se ha difuminado. Mi sed se ha apagado.

(La hora del adiós definitivo se acerca. No tengo miedo a sentir dolor alguno y sí un poco de tristeza melancólica, como el fondo de sus ojos increíbles que vigilan mis movimientos y que yo no puedo dejar de mirar fijamente; es tan real esta armonía que ni siquiera los voraces mosquitos de las serranías sureñas osan picarnos.)