jueves, 16 de abril de 2009

Letrilla

El ver el retrato de un jumento, con algún correaje aunque sin atavíos -albardas, jáquimas, serones...- me ha hecho recordar el paseo de ayer.
El sol se estaba pitorreando de la Ciudad del Sol por la mismísima cara y las orillas del vetusto Betis estaban llenas de flotantes cascos de litronas vacíos. El viento del Atlántico no daba tregua con la pleamar y se dejaba sentir, cortante como siempre, incluso casi 100 kilómetros tierra adentro.
El moro conocía a Nawal-az-Zwgbý (pronúnciense ambas "z" como la francesa en la palabra zero) nacida en Biblos, pero puso a otra cantante, egipcia. Nos sirvió té con yerbabuena mientras fumamos un narguile con sabor a cereza. Cerca, Rodrigo de Triana, impertérrito, oteaba tierra.
El tiempo, como cada vez que la belleza le presiona -ya lo he dicho alguna vez- corre a una velocidad inusitada, incalculable: Einstein tenía razón.
Caminar cogidos de la mano o abrazados de la cintura podría parecer anticuado a estas alturas, pero es hermoso. Muy hermoso.
Aviso a asnos y acémilas en general: Pagés del Corro está muy animada a esas horas; hay una tienda enorme de trajes de flamenca y complementos para los mismos. Al final, las trianeras se nos van a adelantar, pese a los rebuznos de los jumentos/ediles que rigen los destinos de la Cuna del Cante.
En un extremo de la calle que lleva el nombre del río que he mencionado al principio, junto al puente homónimo del barrio donde se puede pasear -aún hoy día- por el Callejón de la Santa Inquisición, bastante gente se sienta a tomar café o lo que sea. Miro el puente y recuerdo una letrilla que escuché alguna vez en mi infancia:

Ar pazá por er Puente Triana,
la puta turmana
er coño le ví:
ze me puzor carajho más tiezo
que la carabina
dun guardia siví...


(Por favor, esta letrilla nada tiene que ver con la hermosa señorita que paseaba junto a mí en esos momentos)