martes, 14 de julio de 2009

Pescaditos de plata

Entre estos días tan largos y luminosos y el ajetreo de libros que me traigo en el salón, los lepismas (del griego λεπίς - escama) buscan refugio en las zonas más oscuras y frescas de la casa. A estos pequeños y cuasi prehistóricos tisanuros les gustan, entre otras cosas, la humedad, el papel y la goma para encuardenar libros, por eso no es difícil encontrarnos su piel seca entre las páginas o incluso ver al propio bichejo salir despavorido al verse sorprendido por la luz.
Debía ser adulto el lepisma este, era grandecito. Y sabía tela marinera, pues buscó escondite de modo que pudiese tener una buena perspectiva del panorama que se avistaba: nada menos que el origen del mundo ¡Hay que ver cómo corren con lo chicos que son! ¡eso es velocidad -proporcionalmente hablando- y no la del guepardo! Total, era imposible averiguar dónde se metería, pero seguro que no se perdió detalle.*
La tijereta -el cortapisha- y el cienpiés son enemigos naturales del lepisma, pero son cuanto más feos más asquerosos, igual que ocurre con el hombre y el oso.
Poned una patata rallada o triturada en el suelo durante la noche y el insecto acudirá a comer así que, hurgando en busca del almidón, quedará entre las ralladuras: cepillo, cogedor y a la basura, patata con lepisma incluído.


Lepisma Saccharina
Fotografía cortesía de Nærum; Rudersdal Kommune, Hovedstaden - Danmark
© Ruth Alhburg





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A esa hora las calles aún no estaban puestas y a lo lejos, en dirección a las montañas por donde se levanta el sol, se divisaban unas grises nubes que impedían el paso de la claridad del inminente y seguro amanecer.