El Guadalquivir se disuelve en sal entre el Bajo de Guía y Las Piletas; más allá, en Montijo, ya es netamente mar y no río. Los niños corretean por la arena mojada de la orilla mientras madres y abuelas cosen, leen revistas o juegan a la lotería esperando el paso de los carritos, ya cargados de pasteles, ya de chucherías o helados, que para el asunto de merendar sirven cualesquiera de ellos, según el caso y la persona: las viandas más consistentes para los comilones y
chuches para la
gente menuda (y para otros que no lo son tanto)...
Sobre unas aguas grisáceas languidece la tarde y los últimos rayos de sol,que incendian el horizonte con un naranja de brasas agonizantes, mueren tragados por el océano detrás de Malandar.
(La luz sigue en sus ojos, así que no me confunde el crepúsculo, cuando todo parece tener el mismo color)