Entre la gente que habita por los alredores de la casa, corre el rumor (quizás fundado) que, a veces, se oía la música como de un Vals y que por entre los visillos se podía adivinar su silueta bailando agarrado a una imaginaria pareja, a la que agasajaba con reverencias y besos en las imaginarias manos, como si de una distinguida dama presente realmente en carne y hueso se tratase. Tan pronto como la pieza musical terminaba y sin que mediase motivo ni causa aparente alguna, caía sumido en un profundo e inconsolable llanto, el cual iba degenerando hasta llegar a ser puro alarido y que concluía siendo una sarta de juramentos al cielo, al infierno y a todas las madres que en el mundo han sido, al tiempo que se dejaban oir los chasquidos de la cristalería estrellándose, ora contra el suelo, ora contra las paredes y ventanas, la mismas copas y botellas que había usado para sevirle el vino y el licor a su imaginaria compañera. También se cuenta que al caer la tarde y sobre todo en vísperas o coincidiendo con el plenilunio, solía subirse a lo más alto del campanario de la recoleta capilla de la casa y que tras hacer repicar las campanas con rara destreza, declamaba en voz alta versos inconexos, a menudo ininteligibles y llenos de palabras desconocidas por estas humildes gentes que ahora me informan. Cuando daba por concluída su declamación (o lo que fuese) y antes de bajar del campanario, comenzaba a arrojar a los curiosos y viandantes restos de comida que había subido previamente consigo, así como escrementos de animales, tejas, argamasa, girones de sus vestiduras y que, de vez en cuando, incluso vomitaba sobre sus cabezas desde la altura...
EL TEDIO
Hace 6 años
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