miércoles, 22 de julio de 2009

Caldas, Pagafantas y Calvicios

Estar expuesto a la acción directa de los elementos puros durante unas horas puede resultar físicamente agotador y, sin embargo, purificador y mentalmente enriquecedor. El agua brota casi hirviente de las ígneas entrañas de la tierra y se funde con el aire: un intercambio constante de energía. Quizás demasiada.
Guapas muchachas adolescentes vestidas de tarde veraniega se sientan a cuchichear y, de vez en cuando, lanzan una mirada de soslayo, no se sabe si por reales o pretendidas timidez y cortedad propias de su edad, o por estar haciendo los preparativos para jugar a un juego al que todos -imagino- hemos jugado alguna vez en la pubertad. Algunos muchachuelos, pretenciosos en sus maneras y actitudes, se les acercan: son los pagafantas. Ellas los saludan, pero siguen a lo suyo; les puede la curiosidad que les produce el forastero.
Un calvario y un suplicio (un calvicio).


(Habrá que volver para probar el choto asado, a ver qué tal maridaje hace con el curioso vinillo de la tierra)

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